martes, 4 de septiembre de 2012

Juan Martín, "el Empecinado"

En estos días de crisis y rebeldía de muchos, me viene a la cabeza una famosa película cuyo título ya nos pone sobre aviso acerca de su contenido, “El Patriota” protagonizada, como no, por el siempre polémico Mel Gibson. La película nos narra el drama de Benjamin Martín, un ficticio héroe de la Revolución Americana en su cruzada por vencer al opresor inglés y vengar así a su familia asesinada. Y es que la máquina de marketing y merchadising de América es única a la hora de vender su historia al resto del mundo, a pesar de que esta sea exigua, aunque no falta de interés.

Pero buceando en nuestra historia podemos encontrarnos con uno de esos héroes sobre los que no se han hecho películas, bien por desconocimiento o falta de interés. Este es Juan Martín Díez, “el Empecinado”. Nacido en Castrillo de Duero, provincia de Valladolid, el joven Juan Martín comenzó a demostrar su bravura al enrolarse en el ejército español en su disputa contra la Francia Revolucionaria. La guerra fue un desastre y España, gobernada por el infame Godoy, terminó por unirse a la causa gala contra Gran Bretaña. Decepcionado por el resultado de la contienda, Juan volvió a su hogar para dedicarse a labores menos pesarosas, la labra. Pero la guerra volvió a cruzarse en su vida. 

Napoleón invadió en 1808 la Península Ibérica, y los franceses comenzaron una campaña de robos y violaciones que también afectó a su pequeño pueblo. Allí, los franceses saquearon las casas abusando de una conocida muchacha local. Juan no quedó impasible como otros ante estos crímenes. Cuchillo en mano, salió en busca del violador a quién asesinaría a sangre fría. Pero esto solo era el principio. Los franceses habían creado a su Némesis, un simple labrador, uno de los muchos labradores que fueron tachados por Napoleón como “una chusma de aldeanos dirigidos por curas”. 

La destrucción del ejército español por la Grand Armeé fue su oportunidad para desarrollar una nueva forma de guerra, la guerrilla. Pequeñas partidas de hombres, campesinos y soldados en su mayoría, que atacaban a destacamentos del ejército invasor dañando las líneas de comunicación y suministro. Su nombre fue cada vez más conocido entre sus enemigos y el mismísimo emperador Napoleón ordenó al general Joseph Leopold Hugo la captura de “el Empecinado”. Para ello, Hugo capturó a su madre y a varios familiares amenazando con fusilarlos si no se entregaba. La respuesta de Juan fue inmediata. Junto a sus compañeros de armas capturó un destacamento francés de más de 100 hombres que fueron hechos prisioneros, jurando que los ejecutaría si le ocurría algo a sus familiares. Hugo titubeó al principio aunque finalmente cedió frente al labrador castellano erigido en héroe nacional. 

Las acciones de Juan Martín Díez fueron fundamentales en el desarrollo de la Guerra de Independencia española y así lo vio también el ejército que no dudó en ascenderlo a Mariscal de Campo. Sin embargo, una nueva sombra se cernía en una España casi devastada. En 1814 volvía Fernando VII, restaurando el absolutismo y finiquitando la Constitución de 1812. El ahora Mariscal volvió a sublevarse en 1820 defendiendo la legitimidad de “La Pepa”, símbolo de una nueva nación donde se defendía la igualdad de los hombres. Pero el gobierno surgido de la revolución duró muy poco tiempo. El rey Fernando consiguió el apoyó de Europa para restaurar el absolutismo, intentando inútilmente sobornar con un millón de reales a “el Empecinado”. Pero Juan Martín era obstinado, un guerrero valiente y, ante todo, leal a una causa. De esta manera, aquél campesino rechazaba la oferta de un rey y se condenaba así mismo. Los voluntarios realistas lo capturaron en su tierra, siendo llevado a Roa del Duero donde fue ejecutado no sin una última muestra de valentía, de orgullo, intentando escapar de la horca.

La historia de “el Empecinado” fue la historia la España de la época, un hombre que a duras penas sabía leer y escribir pero que con su valor y astucia consiguió hacerse un nombre en un panorama nacional lleno de bandidos vestidos de seda. Su obstinación hizo que hoy en día empecinarse sea un verbo más en nuestro rico léxico que retrata a personas como Juan, gentes que luchan por un fin u objetivo sin cejar en el empeño.

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