La de Cumas no fue la única sibila. Los autores clásicos nos
hablan de numerosas a lo largo de los siglos, algunas tan significativas como
la sibila de Eritrea, profetiza de la Guerra de Troya, o la sibila de Persia, la
cual predijo las hazañas de un joven rey de Macedonia a quién llamarían
Alejandro Magno. La leyenda de las sibilas perduraría en el imaginario popular
incluso después de la cristianización de Europa. Las historias sobre su canto profético
fueron adaptadas por el cristianismo que las identificaría como mensajeras del
Apocalipsis. En torno a ellas se crearía en el siglo X una composición mozárabe
llamada “El Canto de las Sibilas” conservándose los manuscritos originales en
Córdoba, Lyon o Ripoll. El gran artista Miguel Ángel, buen conocedor de la
mitología clásica, utilizaría a las sibilas en algunas de sus obras maestras.
Concretamente, en la Capilla Sixtina podemos disfrutar de la más famosa representación
de estas profetizas de la Antigüedad junto a los profetas del Antiguo
Testamento. Todo un ejercicio de
sincretismo religioso y mitológico en el corazón del Vaticano.
Las mujeres siempre tuvieron una especial vinculación con la predicción
del futuro durante el Mundo Antiguo. No en vano, uno de los grandes centros de adivinación
de la Grecia Clásica tuvo a una mujer como gran protagonista. Estamos hablando
del Oráculo de Delfos, enclavado en una de las áreas más bellas de Grecia junto
al monte Parnaso, donde vivían las Musas. El Oráculo, que era considerado el
“ombligo del mundo”, era el hogar de la pitonisa que recibía el nombre de
“pitia”, en honor a la serpiente Pitón derrotada por Apolo en aquellos parajes.
Según se cita en las fuentes, dentro de una gruta la pitia
recibía sus poderes mediante la inhalación de un gas llamado “pneuma” que emanaba
del subsuelo a través de una grieta. Este gas le hacía entrar en trance,
pronunciando una serie de frases inconexas que eran susceptibles a ser
interpretadas libremente. Esto fue lo
que le ocurrió al pobre rey de Lidia, Creso quién preguntó a la pitia sobre el
resultado de su futura guerra contra Persia. La pitia
respondió de forma ambigua indicándole al monarca que si cruzaba el rio que
separaba las fronteras de ambos reinos, uno de ellos caería. Creso,
interpretando la victoria sobre el enemigo, cruzó el rio en dirección a Persia,
aunque su ejército fue aniquilado al igual que su reino. Pero el manto de
sacralidad que envolvía al Oráculo era tal que para los griegos la pitia nunca
erraba, eran sus palabras las que eran mal interpretadas.
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